Dos dirigentes opositores que aspiran a ser presidentes de Venezuela han sido salpicados por su entorno la semana pasada. Desde Miami, David Rivera, un excongresista republicano, afectado por escándalos de corrupción y amigo de Raúl Gorrín, lanzó una acusación contra Lilian Tintori.
Aseguró que Gorrín, dueño de Globovisión y amigo de Maduro, pagaba los viajes a Lilian en su gira internacional. Rivera había vertido acusaciones similares hace meses y López anunció una demanda. Algo que nunca llegó, según Rivera.
La misma semana, el yerno de Antonio Ledezma, exalcalde de Caracas, fue arrestado en Suiza por su supuesta participación en una trama corrupta en la que está implicada hasta la propia familia del dictador Maduro. Luis Fernando Vuteff es encausado en tres países (Argentina, España y EE.UU), y podría ser extraditado a ese último país.
El asunto no es menor. Dos de los mayores dirigentes que han adversado al chavismo tienen hoy suspendida sobre sus cabezas la sospecha de que su entorno ha colaborado o se ha beneficiado del monstruo que se supone deben combatir.
Y este tipo de sospechas, reales o falsas, han llevado a cenizas a la oposición actual. El país que adversa al chavismo se queda sin representantes legítimos. Y los dirigentes que gozaron de gran popularidad como López y Ledezma guardan silencio sobre los escándalos que hoy salpican su puerta. Ni una alocución, ni un tuit. Como si el escándalo fuese ajeno.
Hace más de 2.000 años, Roma decidió que la mujer del César no sólo debía ser honesta, sino parecerlo. Y su propio listón ético hizo que Julio César rompiera su relación con Pompeya para mantener limpia su imagen pública.
Poco importa si se trata de un yerno o si el contacto con Gorrín era sólo para lograr la liberación de Leopoldo. Un dirigente que aspira a gobernar Venezuela necesita, como el César, estar fuera de toda sospecha. Alejado de ese estiércol de dinero chavista que todo lo que toca lo corrompe y lo destruye. Para siempre.
Comments